La Jornada, 17 de marzo de 2012
Maestros insurrectos: razones de su rebeldía
Carlos Ímaz Gispert
El modelo educativo en curso ha adoptado la versión más simplista del “enfoque de desarrollo de competencias” (como desempeños “medibles” y alineados al mercado laboral) y se ha impuesto sin reconocer los avances de la pedagogía, sin atender a la formación de los docentes, sin consultar a los protagonistas del proceso educativo y siguiendo lineamientos diseñados para otras realidades sociales, educativas y culturales.
No es casual que México haya participado desde el año 2000 en el sistema de exámenes PISA, en los cuales, por cierto, en las áreas de lenguaje, ciencia y matemáticas, nuestro país se ha ubicado en las últimas o penúltimas posiciones, respectivamente, sin que no haya habido ninguna mejoría en los puntajes. Sin embargo, esto no es, ni de lejos, lo peor. ¡Lo más grave es que el gobierno federal, en acuerdo con la cúpula del SNTE, decidió que el problema, la nueva meta y el eje de los esfuerzos y recursos educativos, es “la calificación de México” en dicho examen!
Ese es el imperativo “educativo”, no declarado, de la llamada Alianza por la Calidad de la Educación (ACE), gracias al cual se han malgastado miles de millones de pesos en esa y en una versión autóctona de evaluación estandarizada (por cierto, bastante mal hecha), denominada Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares (Enlace), ¡convirtiendo el entrenamiento para responder dichos exámenes estandarizados en el eje curricular que dirige y desvirtúa los esfuerzos educativos!
Con ello están imponiendo con nueva fuerza la caduca pretensión memorística y la memorización mecánica sin comprensión sobre la reflexión y el pensamiento crítico, donde lo único que importa es “la respuesta correcta” y no el razonamiento para llegar a una conclusión. ¡Reviviendo el mismo “hábito del dogmatismo” que rechazara José María Luis Mora desde 1833, porque en él “se acostumbra a no dudar de nada y a tener por inefable cuanto se aprendió”! Ignoran los procesos de aprendizaje y su necesaria diversidad, reducen la enseñanza a las formas y contenidos de dichos exámenes y renuncian a fortalecer al docente, a restituirle su categoría profesional y el valor de la información que proporciona sobre los aprendizajes de las personas con las que trabaja. Juzgar a los maestros, a los niños y a las escuelas a partir de ese mecanismo “evaluador”, además de ser insultante e injusto para ellos, es garrafalmente insensato, pues premiando la simulación educativa y su tediosa y acrítica memorización de respuestas se pervierten los procesos educativos y se excluyen el estímulo a la curiosidad, la imaginación, la reflexión y la colaboración, que promueven individuos críticos, creativos y solidarios.
Con esa misma lógica y también como parte de la ACE se ensaya ahora definir el ingreso de los docentes a un examen estandarizado, que por decir lo menos es arbitrario y descuidado, pues tiene muy poco que ver con la formación que se ofrece en las escuelas Normales, con los procesos educativos reales y con las características que podrían identificar a un buen maestro. Como bien ha señalado Olac Fuentes, ¡ningún sistema educativo en el mundo decide si un aspirante a maestro lo será o no a partir de una “evaluación” de esas características!
Por si fuera poco, también se decidió que la promoción en Carrera Magisterial esté sujeta “al aprovechamiento escolar (medido a través de instrumentos estandarizados, aprobados por el Sistema Nacional de Evaluación de la Educación )”. Lo que con la famosa prueba Enlace pretenden es, en sus palabras, “estimular el mérito individual de los profesores en función de los resultados de logro de sus alumnos”. Con ello no sólo repiten el mismo esquema fracasado y perverso de los “estímulos salariales por productividad”, ya conocidos por sus devastadoras consecuencias académicas en la educación superior, sino que, además, ¡están provocando que muchas escuelas y sus maestros se enfoquen en entrenar a sus alumnos para obtener buenas calificaciones en dicha prueba, convirtiendo el aprendizaje en memorización de repuestas para “pasar el examen”!
El “pago por productividad” o “pago por mérito” no sólo ha ido destruyendo el concepto y el monto del salario base (que sobre todo impacta negativamente la jubilación), sino lo que es más grave aún, también el tejido social y la cooperación entre los docentes, aniquilando la colegialidad. (Incluso, diversos estudios han demostrado que ni las empresas, de donde fue copiada la idea, sostienen los sistemas de “pago por mérito”, salvo para los vendedores directos de su producto, pues sólo donde cada quien realiza su trabajo por su cuenta, sin requerir de la colaboración de otros, y a la mayor velocidad posible, les resultaron eficaces, pero para el resto resultaron contraproducentes). El proceso de trabajo docente y el proceso escolar en general se caracterizan por ser altamente interdependientes, cooperativos y colegiados, mientras los pagos por competitividad promueven exactamente lo contrario, aíslan a los docentes, inhiben la cooperación y degradan el compromiso grupal. Y por si todo ello no fuera suficiente, excluyen a los más jóvenes y castigan a los más viejos “por improductivos”.
¡Si lo que se quiere es hacer pedazos nuestras escuelas, el pago por productividad y las evaluaciones estandarizadas son, sin duda, medidas probadamente eficientes!
Buenas razones sobran a las decenas de miles de maestros que, agrupados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación , se han insurreccionado contra la farsa pedagógica del modelo educativo y sus actuales personeros. Si estamos de acuerdo en que es urgente detener esa devastación y proceder a regenerar nuestra educación pública, su rebeldía es necesaria.